Con Azul y no tan rosa Venezuela celebra un cine de inclusiones

Daniel Rojas
La fotografía de un país carcomido por una crisis de valores y violencia, producto de la anarquía y atropellos del puntofijismo, fue la imagen predilecta de muchos realizadores cinematográficos nacionales y foráneos. Los grandes clásicos de la industria criolla se hicieron imbatibles, al tiempo que llegaba a las pantallas una recurrente visión reducida del país, que dejó atrás, por algunos períodos, a unos tiempos de gloria fílmica que parecían no regresar. Pero, todo cambia, todo se transforma.A 116 años del nacimiento de la industria cinematográfica nacional mucho es lo que ha avanzado la pantalla grande criolla, tras transitar por épocas doradas (década de los 80), oscuras (años 90) y un resurgir animado, en los últimos 14 años, con la creación de la Plataforma de Cine y Medios Audiovisuales, que alberga en su seno la Villa del Cine, casa productora del Estado.

Con el impulso de políticas culturales en el área, algunas expresadas en 2005 con la reforma de la Ley de Cinematografía Nacional, nuevos aires y un amplio abanico temático se abrió para el cine nacional.

Anualmente, como no sucedía desde la década de los 80, Venezuela se convierte en múltiples locaciones y en un sinnúmero de historias con la que hacer más y mejor cine.

Llama particularmente la atención y se aplaude la selección cada vez más frecuente de temas de escasa y estereotipada presencia en la industria nacional. Hablemos, específicamente, de la sexodiversidad.

Amor sin género ni sexo

A principios de diciembre pasado entró en cartelera nacional el filme Azul y no tan rosa, del actor y director venezolano Miguel Ferrari. Ésta, su ópera prima, es un acercamiento hacia la compleja relación entre un hombre, fotógrafo, homosexual y su hijo, un joven residente en España, quien lo rechaza, no por su orientación sexual, sino por su ausencia física y afectiva.

El padre homosexual (interpretado por Guillermo García), en medio del dolor, tras la agresión causada a su pareja (Sócrates Serrano) por parte de un grupo homofóbico, se ve compelido a enseñarle a su hijo heterosexual (encarnado por el español Ignacio Montes) a cortejar a una muchacha de la que está perdidamente enamorado.

En el entorno de la trama se luce la actriz venezolana Hilda Abrahamz, quien interpreta a Delirio, una mujer transexual, símbolo de una comunidad históricamente marginada y confinada al escarnio social. Encandila, conmueve, divierte y transmite un mensaje de fortaleza y esperanza hacia la sexo-género diversidad.

Desde su estreno hace nueve semanas, Azul y no tan rosa se convirtió en un éxito de taquilla. Más de 223.000 espectadores lo confirman, de acuerdo a las cifras que maneja el Centro Autónomo de Cinematografía Nacional (CNAC), hasta el pasado 21 de enero.

«Me interesaba hablar de esa gente de la que nunca se habla. En los medios de comunicación, en la televisión, específicamente, siempre se nos ha mostrado personajes cuya orientación sexual son personas del mismo sexo, pero de una manera estereotipada. Yo creo que la televisión ha sido la gran responsable de que se haya distorsionado la imagen de estas personas, cuya orientación sexual es del mismo sexo», analizó Miguel Ferrari, en entrevista a la Agencia Venezolana de Noticias (AVN).

El cineasta relató que tras 11 versiones del guión, que también escribió, la idea más contundente y clara que tenía era despojarse de los clichés y concepciones ortodoxas que sobre la sexodiversidad existen. Ferrari quería contar una historia de amor, ése que va más allá de la orientación sexual y de género.

«Creo que en este país debe comenzar a abrirse el debate en cuanto a los derechos civiles de todos los ciudadanos. Si todos tenemos los mismos deberes, ¿por qué no tenemos los mismos derechos? El amor es un sentimiento inherente a todo ser humano», dice, sobre la inexistencia de instrumentos legales que avalen el matrimonio igualitario.

La película también es un llamado de atención a la sociedad para sentar las bases hacia una discusión igualitaria de los derechos para la comunidad GLBTI (gays, lesbianas, bisexuales, trans e intersexuales).

Un cine de inclusiones

«A esas personas siempre las han mantenido en la oscuridad, así que quería darle visibilidad, porque sufren una gran discriminación, porque su identidad de género no corresponde a su anatomía física», explica Ferrari, para resaltar lo profundamente humano de incorporar un personaje transexual dentro de la temática.

Le tocó interpretar a Hilda Abrahams este hilarante personaje, llamado Delirio, a quien es imposible no comparar con La Agrado, de Pedro Almodóvar en la laureada película Todo sobre mi madre.

«¿Inspiración de La Agrado de Almodóvar? A mí no me molesta en lo absoluto que me lo digan, porque Almodóvar me parece un gran maestro. Estudié cine en España y me fui para allá, precisamente, inspirado por el cine europeo; me gusta mucho y él es el uno de los mejores cineastas. Todos los cineastas tienen influencias de otros. Lo que uno hace es retomar algunas cosas, replantearlas», considera el director.

Lo que sí es cierto es que su intención fue crear un personaje optimista y mostrar una mujer que luchó su vida entera por encontrar una tribuna donde expresarse y visibilizar a su comunidad, con el cual alcanzar conexión con el espectador.

«La película ha logrado una conexión con los espectadores: la emocional. Es una película para todo público que no debe ser encasillada en algún tipo de cine para las orientaciones sexuales, porque no existe cine para la gente heterosexual, es cine y listo, y más porque esta película trata de alejarse de los clichés», recalca el director.

Donde comenzó todo

Y volvemos al principio. Sin el apoyo gubernamental in crescendo, películas como Azul y no tan rosa, quizá no hubiesen sido cristalizadas, sobre todo por el mínimo financiamiento de otrora. La Ley de Cinematografía Nacional es un instrumento que ha empoderado a los productores nacionales e incentivado para llevar a las mesas de lectura sus guiones.

«Afortunadamente, gracias a esa Ley hay un porcentaje de la taquilla que va a un organismo que se llama Fondo de Promoción y Financiamiento del Cine (Fonprocine), que da los recursos al Cnac, para que los distribuya para la realización de las nuevas películas venezolanas», subraya Ferrari, al tiempo que asegura que «se están haciendo las cosas bien y se están dando oportunidades a los nuevos cineastas».

Con 24 copias distribuidas en las principales salas de cine del país, Azul y no tan rosa le da color a esta época de florecimiento de la industria cinematográfica nacional./AVN

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